miércoles, 22 de enero de 2014

Madre e hija, una postrada, viven un calvario durmiendo en la calle en San Francisquito

Las dos mujeres, María y Carolina Rodas viven en un valle de lágrimas, en el sentido más real de las palabras. Tienen 55 y 21 años y viven en la calle. La joven sufre una enfermedad profunda e irreversible.

María y Carolina Rodas viven en un valle de lágrimas, en el sentido más real de las palabras. Son madre e hija, tienen 55 y 21 años y viven en la calle. La más joven padece una enfermedad profunda e irreversible que la postró desde el nacimiento y ahora está entrando en su etapa más aguda y quizás definitiva. Un comedor del barrio San Francisquito les hizo un lugar cuando la mujer, empujando una antigua silla de rueda y dos bolsos, golpeó a la puerta después de deambular varios días. Necesitan ayuda y techo.
Viven con los 1.600 pesos de la pensión por invalidez de Carolina, que ya no puede estar en la desvencijada silla de ruedas, su columna se va torciendo y necesita una cama postural. No habla y ahora casi no come. Sólo responde con gemidos al oír la voz de su madre. Recién para febrero tiene turno de internación, como paliativo, en el Hospital de Niños donde está el neurólogo que la atiende desde que nació. Para llegar, como ningún taxi acepta llevarla, María recorre largas distancias a pie, empujando la silla.
En los dos pequeños bolsos María carga la dura historia personal que nunca le dio resuello, que ahora la hace flaquear y ya no encontrarle sentido a la vida. Salvo para atender a Carolina, que nació con parálisis cerebral y una microcefalia que ya va encontrando techo, después de convulsiones, epilepsia y escaras.
Están solas, a pesar de tener familiares que sienten a Carolina como una carga; tal vez alojarían a la madre, pero no a la chica.
Sin estrella. María vivió 30 años en un asentamiento del barrio San Francisquito. Su esposo, que falleció hace un año y medio después de estar enfermo desde 2005, fue changarín del Mercado de Productores; no hubo jubilación y por lo tanto ella no está pensionada.
"Yo trabajaba mucho, y en casa quedaban mi marido enfermo y mi hija. Cuando regresaba tenía que higienizarlos y asistirlos a los dos", relata María.
A la precaria casa donde vivían, el único hijo varón, caído en desgracia por alcohol y adicciones, un día le prendió fuego. Antes, fuera de control, también le alzó la mano a la madre y a la hermana postrada.
"Ahí me fui, anduve donde me recibían, por muchos lugares, lo digo con dolor pero para mi familia somos una carga", cuenta. .
María llegó al comedor Niño Jesús de Belén (Cafferata 2568) donde años atrás supo ir por alimentos y a colaborar. "Le dije pasá, de algún modo nos arreglaremos, no la podía dejar otro día en la calle", explica Viviana Ordóñez, el alma mater del lugar donde hace 16 años sirven copa de leche y almuerzo en días alternados.
Viviana fue por ayuda a Promoción Social. "Dijeron que vendrán el viernes 25, que es el día en que hacen las visitas", remarca.
Pero no es el primer contacto de María con la ayuda oficial. Varias veces golpeó las puertas de Desarrollo Social de la Nación. "Venían y veían que se caía todo, que se llovía, pero no hubo respuesta", recuerda.

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