lunes, 21 de abril de 2014

El gesto de un platense que cerró una emotiva historia de Malvinas


Un médico local que viajó a las islas dejó en lápidas del cementerio de Darwin bufandas de una mujer que durante la guerra tejió cientos de prendas y nunca supo si llegaron Una fotografía tomada en el Cementerio de Darwin de las Islas Malvinas refleja decena de cruces envueltas por bufandas. El hallazgo despertó la curiosidad de ex combatientes que, acostumbrados a ver rosarios y flores artificiales ofrendados a los soldados caídos, se preguntaron quién habría hecho ese singular homenaje. Sin embargo, ya de regreso en la Ciudad conocieron al responsable de “abrigar” las lápidas: Leandro Hidalgo, un médico y maratonista platense que de esa manera cerró un doloroso capítulo abierto durante la guerra de 1982, cuando Mirta Fetter tejió centenares de pasamontañas y bufandas que nunca supo si llegaron a proteger del frío a los soldados argentinos. 


 Antonio Reda, miembro de la Casa del Ex Soldado Combatiente de Malvinas de La Plata - CEMA - fue uno de los tantos que se sorprendió al llegar al Cementerio y ver que, además de elementos religiosos batallando contra la furia del viento, había decenas de bufandas abrazadas a las cruces. Y fue por obra de la casualidad como se develó el misterio, ya que en el hospedaje donde paraba le preguntaron si le podría llevar algunas cosas olvidadas a un platense que se había ido unos días antes. En La Plata, Antonio cumplió con el pedido y conoció a Leandro, “cuando llegué a la casa para darle sus pertenencias, lo primero que me preguntó fue si había visto las bufandas en el Cementerio y me contó cómo surgió la idea”, sostuvo Reda.

Para el médico Leandro Hidalgo el homenaje, aunque haya sido efímero, fue otra manera de expresar respeto y gratitud a los soldados caídos Leandro Hidalgo se define como “malvinólogo”, era muy chico cuando se desató el conflicto bélico en el Atlántico Sur, pero siempre se sintió atraído por conocer esa parte de la historia y la geografía donde ocurrieron los hechos, algo que comparte con Mirta, la tejedora solidaria y madre de Jorgelina, su esposa. “En cuanto le dije a mi suegra que iríamos a correr a las Islas Malvinas, me preguntó si podía llevar unas bufandas hechas por ella a modo de homenaje y reconocimiento al heroísmo de nuestros soldados, y eso hicimos con Jorgelina y nuestro hijo Juan Martín”, contó el atleta que recordó como en medio de ese paraje desolador se escuchaba una triste melodía ejecutada por cientos de rosarios agitados por el viento.
El envío de las bufandas a las Islas Malvinas a través de su yerno Leandro, le permitió a Mirta Fetter concretar un ferviente anhelo que mantenía desde abril de 1982. En ese momento ella tenía 27 años, era madre de 3 niños de 6, 4 y 3 años y vivía al igual que ahora en General Daniel Cerri, una ciudad portuaria que se encuentra 15 km al sur de la ciudad de Bahía Blanca.
 La guerra la había conmovido profundamente y mientras duró, no hubo día en el que dejara de pensar en esos jóvenes que imaginaba desprovistos y sin experiencia, empujados por el Estado al campo de combate para matar o morir por la patria. “Yo sé lo que es que te manden contra tu voluntad a un lugar donde no querés ir porque cuando perdí a mi padre, sin preguntarme nada, me obligaron a entrar de pupila a una institución”, resumió Mirta.
La angustia que le provocaba el incierto destino que podían correr esos soldados casi niños en Malvinas, la impulsó a pensar en hacer todo lo que pudiera desde su lugar y como lo que sabía era tejer, salió a pedir donaciones de lana verde militar, en cuestión de medio día reunió 5 kilos. ”No las conté, pero debo haber hecho unas 200 bufandas, 100 pasamontañas y 60 pares de mitones; solo yo sé el sacrificio que hice mientras atendía a mis hijos que eran muy pequeños”, agregó la mujer que se hacía tiempo durante la mañana, tarde y noche para tejer pasamontañas, bufandas y mitones.
Si la guerra fue un puñal para Mirta, el fin del conflicto y la enorme tristeza con la que vio regresar de Malvinas a los soldados, fue una herida que nunca terminó de cerrar. “El desánimo de la gente era inmenso, casi nadie los reconocía, yo sabía que había hecho algo por ellos pero me angustiaba pensar en si les habría dado abrigo algo de todo lo que tejí”, agregó la mujer. Sin embargo, cuando se enteró de que su yerno Leandro y su hija Jorgelina irían a Malvinas a correr un maratón tuvo la idea de confeccionar nuevamente unas bufandas, en esta oportunidad de tela polar, y enviarlas como reconocimiento a la gesta heroica de los mártires argentinos.
“Algunos ex combatientes y familiares se sorprendieron con las bufandas, pero cuando conocieron mi intención, se emocionaron y yo sentí que mi gesto sirvió para cumplir y que, aunque sea 30 años después, llegaran esas prendas”, sostuvo la tejedora. Para Leandro, el gesto aunque haya sido efímero, fue otra manera de expresar respeto y gratitud a los soldados caídos en las islas, “el Cementerio de Darwin sufre constantes ataques de los kelpers, varias veces rompieron el vidrio que protege una imagen de la virgen de Luján y la última vez que estuve - dijo el atleta - había centenares de moscas que solo pueden haber llegado allí si alguien las puso, pero cada argentino que pisa ese suelo trata de hacer un tributo a los caídos y marcar presencia continua en el lugar”.

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