La diócesis de Gualeguaychú recordo ayer 29 de Junio el Aniversario de su nacimiento, cuando Mons. Jorge Chalup, primer obispo, inició su ministerio pastoral.
Historia de la Diócesis
Cuando Monseñor Jorge Chalup tomó posesión de su sede en la catedral “San José”, el 29 de junio de 1957, nació formalmente la diócesis de Gualeguaychú. Hasta entonces los departamentos Uruguay, Gualeguay, Victoria, Tala y Gualeguaychú, integraban la Arquidiócesis de Paraná, junto con el resto de la provincia, pero desde ese día el pueblo católico del sur entrerriano se uniría en torno a una nueva “iglesia particular”.
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Creación
La creación fue dispuesta por el Papa Pio XII, el 11 de febrero de ese año “en vista del considerable desarrollo civil y religioso en la Argentina, y el crecimiento de la población, con el fin de asegurar una asistencia espiritual más adecuada a los fieles argentinos”. Esta contaba con 17 parroquias, 32 sacerdotes del clero secular y 44 religiosos benedictinos para mas de 300 mil habitantes.
El Santo Padre no pudo desoír el pedido de los prelados como tampoco podía desechar el anhelo expresado por el gobierno nacional. Así, el 4 de marzo, por medio de un decreto ley del presidente Pedro Aramburu, se ratifica la creación de doce nuevas jurisdicciones episcopales, entre las que se encuentran Lomas de Zamora, Morón, Mar del Plata, San Isidro, Formosa, Reconquista, Posadas y Gualeguaychú.
Entonces, el gobierno argentino ejercía el patronazgo en la Iglesia Católica, es decir, tenía la potestad de crear diócesis y designar sus obispos titulares. Por ello fue necesaria la promulgación del mencionado decreto que consideraba este hecho “como una forma de propender a la consolidación definitiva de la paz interior y del respeto de la dignidad de la personalidad humana, conforme a los principios tradicionales de la civilización occidental”.
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La constitución de las nuevas diócesis se enmarcan en un doble contexto histórico. Por un lado el Papa Pío XII, desde su discurso de Navidad de 1945, consideraba que el rol de la Iglesia debía fortalecerse por medio de la cercanía entre los pastores y las comunidades, impulsando la formación de nuevas jurisdicciones, especialmente en el Tercer Mundo.
Por otro lado, en nuestro país el régimen militar analizó conveniente el hacerse de esta preocupación para afianzar los vínculos entre el Estado, el pueblo y la Iglesia.
El primer obispo de Gualeguaychú
Así, una vez cumplidos los requisitos necesarios para la formación de la diócesis, el 13 de marzo del mismo año el Papa designó obispo de Gualeguaychú al entonces Vicario General de Corrientes, Monseñor Jorge Ramón Chalup. El nuevo prelado prestó juramento ante el Presidente de la Nación en la Casa de Gobierno el 6 de junio y tres días después fue consagrado como tal en la Catedral de Corrientes.
Según los artículos periodísticos de la época “el acontecimiento contó con una extraordinaria concurrencia de fieles correntinos, a la que se le había agregado la numerosa peregrinación de gualeguaychuenses que, presidida por el Comisionado Municipal, don Luis Fernández, se había trasladado a la ciudad de Vera y Aragón para anticipar al ilustre pastor el grandioso homenaje que le preparaba la grey de su diócesis”.
La llegada de Mons. Chalup fue prevista para el 29 de junio. Para ello se conformaron ocho comisiones que prepararon los actos de bienvenida y homenaje. Ese día desde temprano, una enorme caravana de autos esperaba al ilustre prelado en las inmediaciones del aeroclub de Gualeguaychú. En tanto Mons. Chalup viajó desde Paraná acompañado por el Arzobispo de esa ciudad, pasando por Victoria y Gualeguay, donde los esperaron integrantes de las mencionadas comisiones.
Los aviones del aeroclub sobrevolaban la ruta anunciando la llegada del obispo y su comitiva, la que se produjo poco después de las 15 hs., en las inmediaciones de la Sociedad Rural donde lo esperaban una caravana de automóviles que siguió a los vehículos oficiales, a la que se sumaron luego ciclistas y jinetes.
Una vez en la municipalidad se realizó el acto de bienvenida frente a la misma, donde el Comisionado Municipal y el Ministro de Gobierno recibieron a Chalup con sendos discursos.
Un mensaje de unidad
En su primer mensaje, el obispo definió el perfil de su acción pastoral diciendo que “vengo a dar la verdadera paz, la que se funda en la justicia y en la caridad. No tengo plata ni oro, diré con el Apóstol San Pedro, pero os daré mi corazón en el que baúlle un inmenso amor por las almas. El obispo será el padre de todos. No viene a dividir, sino a unir, no viene a buscar comodidades sino sacrificios, no viene a ser servido, sino a servir a los demás.
Para el obispo como para todo sacerdote su vida ha de ser un servicio social permanente en beneficio de todos: pobres y ricos, intelectuales y rudos, grandes y pequeños. Tenemos una inmensa tarea que cumplir, la organización de una diócesis que surge en momentos excepcionales de la vida cristiana. Para ello debemos hacer de nuestra diócesis una gran familia de Dios. El obispo ha de ser el padre y pastor que velará por el bien de sus hijos todos, sin excepción de personas ni de instituciones”. “Sobre un corazón herido por las humanas miserias, y sediento de las verdades divinas, he de inclinarme paternalmente como obispo, para comunicarle por la plenitud de mi sacerdocio, el amor que brota del seno de la trinidad santísima”. “Saludo en fin a las distinguidas autoridades, las instituciones y al pueblo cristiano que desde hoy será parte inseparable de mi vida”.
Monseñor Chalup tenía por delante la tarea de encabezar la organización de todas las instituciones necesarias que consolidaran y permitieran desarrollar adecuadamente la misión profética de la Iglesia. Por ello, en su primer discurso pastoral Chalup define esta responsabilidad uniéndola a la voluntad de intensificar la vida religiosa de los fieles: “...organización sin santificación se convierte muy pronto en burocracia; por eso aspiramos que nuestra Diócesis sea la gran familia de Dios y nuestra sede la ciudad del Reino de Dios. Porque una diócesis no es solamente la demarcación geográfica, ni la densidad de su población, sino la institución suprema encomendada a su Obispo a la que debe enseñar, regir y santificar la almas, para establecer y extender el Reino de Dios”.
Cincuenta y siete años después de ese acontecimiento, y gracias al esfuerzo de cuatro obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, nuestra iglesia particular sigue el camino en su misión salvadora. Esta ocasión no sólo permite volver a ver en los hechos y acontecimientos del pasado nuestros orígenes e identidad, sino que se constituye además en un desafío para avanzar, en unión a nuestro obispo Jorge Lozano, en la tarea pastoral que los nuevos tiempos nos exigen.
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