jueves, 25 de agosto de 2016

Allanan el convento de las Hermanas Carmelitas en Nogoya

En el amanecer de este jueves, se lleva adelante un procedimiento en el interior del convento de las Hermanas Carmelitas Descalzas. Autoridades judiciales y efectivos policiales del grupo de operaciones especiales se encuentran trabajando en el allanamiento. Por el momento, todos los funcionarios guardan silencio respecto del motivo del operativo. Foto: Luis Cachi Gonzalez

El padre Jorge Bonin, párroco de la Basílica Nuestra Señora del Carmen se encuentra en el exterior del convento y expresó: “Esto es muy doloroso, son cuestiones que no entiendo. El Obispo viaja urgente a nuestra ciudad”

En principio, el procedimiento que se lleva adelante tendría relación con la investigación realizada por Análisis, en donde durante dos años los periodistas del medio provincial investigaron por supuestos casos de tortura.

La nota de Análisis
Las carmelitas descalzas del convento de Nogoyá sufren torturas físicas y psicológicas, aunque nadie de la Iglesia lo quiere reconocer. La información fue corroborada por ANALISIS, tras una investigación periodística que se extendió por casi dos años y que comprendió a ex religiosas, familiares de estos y profesionales de la salud de la mencionada localidad. Hay castigos permanentes; es habitual el uso del látigo y el cilicio para auto flagelarse; hubo casos de desnutrición y existe una estricta prohibición “de no hablar” de lo que sucede. Varias de las ex monjas están con tratamientos psicológicos en Entre Ríos o Santa Fe, por las secuelas que tuvieron. El arzobispo de Paraná, Juan Alberto Puíggari -quien debe ejercer la autoridad sobre el convento- nunca hizo nada para revertir la situación, pese a que viene tomando conocimiento de los excesos que se cometen. Tampoco se ocuparon, en sus mandatos, ni Estanislao Karlic ni Mario Maulión.

Por Daniel Enz
Nunca pudieron abrazar a un familiar. Tampoco darle la mano. Una de ellas no pudo ver a su padre por diez años, porque se había divorciado de su madre y por ende era “un pecador público”. Nunca se pueden mirar a un espejo porque es símbolo de “vanidad” y si alguna de ellas intenta ver su reflejo en el vidrio de alguna ventana, habrá un inmediato castigo. Hubo veces que solamente se podían bañar una vez cada siete días.

Todas las semanas, como práctica habitual, hay que auto flagelarse desnuda, pegándose en las nalgas con lo más parecido a un látigo, pero con varias puntas y durante 30 minutos. El escarmiento comprende también vivir a “pan y agua” durante una semana; el uso del cilicio en las piernas, por varias jornadas, como sacrificio o bien la colocación de una mordaza en la boca, durante las 24 horas y por espacio de siete días. En cada visita de un familiar, siempre hay una monja “de testigo” para escuchar lo que se habla y no se permite conversar de “cuestiones mundanas”. Si ello sucede, de inmediato se avisa a la madre superiora y el castigo es la consecuencia directa. Todas las cartas que le llegan a las monjitas, son abiertas y leídas previamente. También se controlan las correspondencias que salen; con el agravante de que la mayoría de las veces, se las hacen redactar de nuevo y les dictan órdenes expresas sobre lo que pueden transmitir a sus familiares en esos escritos.

Ninguna de las monjitas se puede sacar una fotografía con su madre, padre o hermano, porque con la imagen “pueden hacer alguna brujería”. El castigo también comprende permanecer cerca de dos horas de rodillas, delante de otras, escuchando un duro sermón de la superiora. La atención médica es mínima y no existe la consulta psicológica. Seguramente nunca se enteraron sus conductoras religiosas ni en el Arzobispado de Paraná -de quienes depende el convento- de las agudas depresiones en las que cayeron quienes estuvieron allí y optaron por renunciar o de los intentos de suicidio de algunas de ellas.

Si se enferman o deben ser internadas, ningún familiar lo podrá saber. Y se acude al profesional de la Medicina en última instancia. Primero, habrá medicación de parte de las autoridades religiosas y si llegan al hospital San Blas, será por extremísima necesidad. Cada ingreso al nosocomio será idéntico: de noche, en forma casi clandestina y serán retiradas de la misma manera, en horas de la madrugada, antes del amanecer.

Parece una postal con prácticas medievales, pero no es así. Sucede a no más de 100 kilómetros de Paraná. Más precisamente en el convento de las Carmelitas Descalzas de Nogoyá y nadie de la comunidad conoce realmente lo que sucede allí, por el “voto de silencio” al que están obligadas a cumplir cada una de las 18 religiosas (eran 23 hasta hace unos pocos años) que allí se encuentran. La mayoría ingresó con 18 años al convento, pero hubo algunas que lo hicieron a los 16, por lo cual tuvieron que hacerlo con permiso de sus padres. Tampoco saben lo que pasa puertas adentro sus familiares directos, precisamente por ese pacto de confidencialidad absoluta.Fuente lavozdenogoya
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