Avelino Riedel es oriundo de Entre Ríos y se encarga de conservar y cultivar las tradiciones de los alemanes del Volga que trajeron sus antepasados a las nuevas generaciones.
Don Avelino -como se lo conoce- se encuentra parado, en cuero, junto a una de las tres piletas que forman parte del camping "Mein Andenken" (Mi Recuerdo); un oasis en medio de los campos cultivados de la provincia de Entre Ríos (entre San Marcial y Santa Anita sobre la Ruta 27). Bajito y de lentes rectangulares confiesa con voz aguda: “Esto lo hice de cero. Lo levanté a puro esfuerzo, de a poquito”.
Cada tanto relojea el cielo encapotado y gris. Hace meses que no llueve en la zona y el pronóstico del tiempo promete un aguacero para esta noche, justo el momento en que se celebrará la tradicional fiesta de la cerveza de Santa Anita.
“Espero que esta hija de puta aguante y se largue a las cuatro de la mañana cuando todo haya terminado y nos refresque la borrachera” dice con un dejo de bronca.
Borlas en negro, amarillo y rojo engalanan el predio. Las sillas y mesas se encuentran dispuestas y técnicos de sonido se afanan para dejar el escenario a punto para la gran fiesta. Y todos, absolutamente todos, relojean el cielo que parece venirse encima.
Santa Anita es un pequeño pueblo de 1.300 habitantes ubicado en el centro la provincia de Entre Ríos, a 132 kilómetros al oeste de Colón. Fue fundada el 14 de julio de 1900 por el sacerdote Enrique Becher junto a colonos alemanes del Volga que recalaron en la ciudad entrerriana de Diamante y luego se trasladaron hasta allí.
“No tenían nada, llegaron acá y se encontraron con un paraíso. Tierra, agua y sol era todo lo que necesitaban para volver a construir su vida después de la guerra”. El abuelo de Don Avelino fue uno de los fundadores del pueblo y, de generación en generación, se encargaron de transmitir las tradiciones que trajeron de su Alemania natal.
"Un pueblo sin tradición no puede subsistir. La tradición es algo que hace a uno sentirse parte de algo", dice.
Por eso, Don Avelino se propuso organizar, hace varios años junto a su familia la tradicional fiesta de la cerveza en Santa Anita. Lugareños de la zona y descendientes de alemanes de otras provincias se congregan en esta festividad.
“Cuando tuve edad, emigré a Buenos Aires. Hice de todo: fui colectivero de la línea 181, trabajé en la construcción del puente Zárate Brazo Largo y hasta hice bolos en la televisión, en el programa Mesa de Noticias”, recordó. Pero el terruño siempre le tiró y antes de morir su padre, el “Blanco” Riedel, le propuso que se haga cargo de esa pequeña parcela de tierra donde erigió el camping.
Al fin llegó la hora señalada y el desfile comienza con Don Avelino a la cabeza y toda su familia portando un espiche, el tradicional barril de cerveza que se abre en el momento cumbre de la fiesta para el deleite de todos los cerveceros presentes. La gente se congrega frente al escenario y la fiesta se pone en marcha mientras el cielo se ilumina por los fuegos artificiales.
Las bandas, amigos que supieron cultivar en las distintas fiestas de colectividades que frecuentan hace más de 15 años, animan la jornada en la que lo único que cabe es bailar. Jóvenes y ancianos se entregan a las melodías alemanas que salen del acordeón y los vientos.
Ya de madrugada comienza la ceremonia, se abre el espiche y el chorro de cerveza sale liberado y se derrama en los chops de los asistentes que se apretujan frente al barril. Desde el escenario, Don Avelino, junto a sus hijas, hijos y nietos, contempla satisfecho una nueva edición de la Fiesta de la cerveza en Santa Anita, seguro que la tradición se sigue transmitiendo año tras año y de generación en generación.
A lo lejos los refusilos iluminan la tormenta, que aguantó y pasó de largo como un portento sacado de las leyendas germanas.Fuente y foto: Rodrigo Santos/diario Popular.
Don Avelino -como se lo conoce- se encuentra parado, en cuero, junto a una de las tres piletas que forman parte del camping "Mein Andenken" (Mi Recuerdo); un oasis en medio de los campos cultivados de la provincia de Entre Ríos (entre San Marcial y Santa Anita sobre la Ruta 27). Bajito y de lentes rectangulares confiesa con voz aguda: “Esto lo hice de cero. Lo levanté a puro esfuerzo, de a poquito”.
Cada tanto relojea el cielo encapotado y gris. Hace meses que no llueve en la zona y el pronóstico del tiempo promete un aguacero para esta noche, justo el momento en que se celebrará la tradicional fiesta de la cerveza de Santa Anita.
“Espero que esta hija de puta aguante y se largue a las cuatro de la mañana cuando todo haya terminado y nos refresque la borrachera” dice con un dejo de bronca.
Borlas en negro, amarillo y rojo engalanan el predio. Las sillas y mesas se encuentran dispuestas y técnicos de sonido se afanan para dejar el escenario a punto para la gran fiesta. Y todos, absolutamente todos, relojean el cielo que parece venirse encima.
Santa Anita es un pequeño pueblo de 1.300 habitantes ubicado en el centro la provincia de Entre Ríos, a 132 kilómetros al oeste de Colón. Fue fundada el 14 de julio de 1900 por el sacerdote Enrique Becher junto a colonos alemanes del Volga que recalaron en la ciudad entrerriana de Diamante y luego se trasladaron hasta allí.
“No tenían nada, llegaron acá y se encontraron con un paraíso. Tierra, agua y sol era todo lo que necesitaban para volver a construir su vida después de la guerra”. El abuelo de Don Avelino fue uno de los fundadores del pueblo y, de generación en generación, se encargaron de transmitir las tradiciones que trajeron de su Alemania natal.
"Un pueblo sin tradición no puede subsistir. La tradición es algo que hace a uno sentirse parte de algo", dice.
Por eso, Don Avelino se propuso organizar, hace varios años junto a su familia la tradicional fiesta de la cerveza en Santa Anita. Lugareños de la zona y descendientes de alemanes de otras provincias se congregan en esta festividad.
“Cuando tuve edad, emigré a Buenos Aires. Hice de todo: fui colectivero de la línea 181, trabajé en la construcción del puente Zárate Brazo Largo y hasta hice bolos en la televisión, en el programa Mesa de Noticias”, recordó. Pero el terruño siempre le tiró y antes de morir su padre, el “Blanco” Riedel, le propuso que se haga cargo de esa pequeña parcela de tierra donde erigió el camping.
Al fin llegó la hora señalada y el desfile comienza con Don Avelino a la cabeza y toda su familia portando un espiche, el tradicional barril de cerveza que se abre en el momento cumbre de la fiesta para el deleite de todos los cerveceros presentes. La gente se congrega frente al escenario y la fiesta se pone en marcha mientras el cielo se ilumina por los fuegos artificiales.
Las bandas, amigos que supieron cultivar en las distintas fiestas de colectividades que frecuentan hace más de 15 años, animan la jornada en la que lo único que cabe es bailar. Jóvenes y ancianos se entregan a las melodías alemanas que salen del acordeón y los vientos.
Ya de madrugada comienza la ceremonia, se abre el espiche y el chorro de cerveza sale liberado y se derrama en los chops de los asistentes que se apretujan frente al barril. Desde el escenario, Don Avelino, junto a sus hijas, hijos y nietos, contempla satisfecho una nueva edición de la Fiesta de la cerveza en Santa Anita, seguro que la tradición se sigue transmitiendo año tras año y de generación en generación.
A lo lejos los refusilos iluminan la tormenta, que aguantó y pasó de largo como un portento sacado de las leyendas germanas.Fuente y foto: Rodrigo Santos/diario Popular.
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